Hay
algo en todo esto, algo en mi
enfermizo,
patológico, contagioso.
El
mal está en mis manos
lo
sé porque mientras escribo lloro.
La
tragedia en su mente tiene mi risa
por
eso me gira la cara si me cruzo,
para
que llore y olvidarse de cómo suenan los principios. Para no oírla.
No
hay nada de lo que pueda convencerle ahora
que
ha visto en otros ojos la oscuridad del túnel
y
va hacia dentro
como
un valiente.
Siempre
he escrito para él historias mías
y
ahora que no me lee me atribuyo la suya
un
poco a traición
incluyendo
en sus a partes besos en vez de abismos
retrocediendo
al principio de la nuestra casi a todas horas
en
un masoquista acto de supervivencia
para
que duela ahora tanto
que
todo lo que venga después
me
parezca
un
juego de niños.
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