sábado, 31 de agosto de 2013

Para no dejar de creer en los casis.

Vomitaríamos hasta la bilis con tal de echar el puto vacío que ha colonizado nuestro estómago y no nos deja dormir. Y no se trata de miedo a lo desconocido es, tal vez, la cara más triste de la verdad, la certeza de saber exactamente lo que pasará mañana. Y pasado. Hablo de llegar tan alto como siempre creímos que llegaríamos y poner la bandera en el punto exacto donde nos señala el plano que hemos seguido a rajatabla desde que empezaron a creer en nosotros. Dejadnos hacer se nos da tan mal que hemos optado por desechar todo los ladrillos que nuestras manos no puedan alinear perfectos. Todas las dudas y los posibles a la puta basura, no vaya a ser que no sean, que nos desvíen del camino. Y que nos guste. Consiste en que se nos vea seguros de lo que hacemos sin estar muy seguros de por qué lo hacemos, en amar solamente lo que podemos tener, en volar todo lo alto que el techo nos permita. Vamos a colocarnos el nudo de la garganta a modo de corbata. Que se nos encuentre guapos, joder, y no se note que nos falta el aire. Y no, estoy segura de que no tenemos miedo al fracaso porque, a pesar de todo, ni siquiera nos sentimos ganadores. Tenemos más miedo de que un desconocido nos sonría en medio de una tormenta, o nos sujete el pelo mientras la echamos patéticamente en algún bar, o de que escuche todas las tonterías que somos capaces de decir cuando no queremos irnos a dormir porque preferimos soñar, o de que nos agarre la mano cuando nos tiramos al hoyo con ladrillos a los lados perfectamente alineados que hemos construido. Tenemos miedo porque no es lo normal, porque nos preparan para todo, menos para ser felices.

No sé si me entendéis. No sé muy bien si me entiendo. La humanidad es un asco, estoy casi segura.

sábado, 24 de agosto de 2013

Ya nadie nos pregunta cuándo queremos hacernos mayores.

Salgo corriendo cada vez que se mueve el segundero
pero nunca llego a ninguna parte
y hay mil partes de mi
buscándose entre ellas,
ilusas,
para intentar encajar y arreglarse
sin preguntarme si quiera
qué se siente estando rota.

Son como notas musicales que suenan desafinadas
sólo cuando se encuentran en el mismo pentagrama
pero que se ponen de acuerdo
para cantarte
cuando no puedes oírlas.

No puedes juzgarme cuando te sonría
sólo porque te vuelva a engañar,
los dos sabemos que tenemos esa estúpida manía
de querernos entre escombros
y deshechos.
De sentarnos a disfrutar del paisaje
al borde del precipicio
que con tanto esfuerzo hemos construido
destruyendo todo lo que había delante.
De intentarlo cuando hemos perdido
todos los papeles
y no encontramos un sitio
donde escribir el final.
De desafiar al destino como a la madre
que nunca vamos a obedecer
porque creería que nos conoce.
Y ya no podríamos decir eso de
“Me voy a cambiar el mundo,
no me esperes despierta”,
ni culparla cuando nos equivocamos
porque no nos lo dijo.

No puedes pretender que me entienda
ni obligarme a intentarlo.
Que hay que estar muy loca para no volverse idiota
y muy idiota para no enemistarse
con la loca del espejo.

Todo el mundo mirando a las estrellas
pero nadie sabe
que se ponen para vernos desde arriba.
Y se ponen.
Así que no te atrevas a decirme que son bonitas
si nunca nos has podido ver desde esa altura
haciendo subir la marea.

Ya no me escribo como antes,
desvarío y sufro las consecuencias
de los sicarios que me mandas
en forma de recuerdos.

Ya no te mueves como antes, cariño,
pero me miras a los ojos cuando te corres
y veo todo tu miedo vestido de camuflaje
escondiéndose entre tu verde y tu verdad.
Miedo de que pueda desaparecer
porque de pronto has comprendido
que

que
existe
la
magia.

Y yo sonrío
creyéndome tiempo
que se va
y ya no vuelve.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Ya no me escribo como antes.

Es porque cada vez me gusto menos
y los versos se me escapan de las manos
como niños que no quieren ser mayores.
Siento que cada vez me arañan menos las letras
y esquivo los cuchillos que me lanzo sin moverme
porque no me quiero dar.
Es que me agarro con las uñas a las piernas de cualquiera
que me jure que puede volar
para no acabar con vértigos
en mi propio cielo.
Que rompo espejos
para no tener que deberle nada a nadie
si las cosas salen bien.
Y me tiro de cabeza en el primer asalto
para que me veáis 
tan perdida y tan de todos
-Como el verso hijo de puta
que huye de los límites del papel
porque le parece un terreno
diminuto para su grandeza-
Y que sintáis envidia.
Y rabia.
Es como si la inspiración se hubiera largado
para que sonría
y no pudiera dejar de agradecérselo

echándola de menos.