sábado, 30 de marzo de 2013

Que no te vean siendo.


Que no te vean con los ojos ardiendo
mirar constantemente por ventanas
que has acabado abriendo a base de tropezones.
No les cuentes nunca lo de escapar
ni que en el futuro que te tienen planeado
o te consumes como una cerilla
o acabas prendiéndole fuego
 a todo.
Jamás les digas que no necesitas sus trofeos
para sentirte un ganador
ni que la única bandera por la que matarías
son mis braguitas colgando del pomo de tu puerta.
Nunca levantes el tono
que uno de tus rugidos
puede ensordecer al mundo
y sentirse incomprendido
sólo es el principio de una deuda
que la soledad se encargaría de saldar.
Que no se enteren de que dejaste
de temer a las alturas
cuando por fin conseguiste romper
el techo de espigas
que ellos se habían encargado de construir
bajo tu cielo.
Te dirán que los soñadores
despiertan antes del primer asalto
y tendrás miedo
de volver a dormir.


Que no te vean llorar como un niño cuando me pierdas.


Que no te vean ser mejor.
Que no te vean. 

viernes, 22 de marzo de 2013

Supongo que el título que mejor le va es gracias.


Lloro por tus manos, joder.
Que tienen callos de tanto sujetarme
y sangre de cortes de luchar contra alguien
que pide a gritos que la dejes caer.
Es por esos malditos ojos
que declaran la guerra a todos los espejos del mundo
haciendo de mi reflejo poesía
y no miedo y pena
que es lo que siento cuando me miro en cualquier otro.
Es porque tu corazón lleva todos los arañazos
que debería llevar tu espalda
y aun así haces de ellos bolsillos
y guardas cada momento que pasamos juntos
como reliquias de las que no quieres desprenderte
Nunca.
Así que
me niego a darte las gracias.
Porque no puedo evitar odiarte
cuando haces acrobacias con mis miedos
y acunas mis demonios
como si se trataran de niños
que sólo quieren jugar a ser mayores
y  se cansan
al minuto.
Que, entre tú y yo,
no soporto esa estúpida manía
de deshacer la horca que yo misma hago
con el nudo de mi garganta
cuando por fin voy a saltar.
No entiendo que no pares de perdonarme
si juras que matarías a todo aquel
que me hiciera daño.
Que te odio, a veces, con toda mi alma
por quererme con toda la tuya
cuando sólo busco cualquier respuesta fuera de tono,
un enfado, un grito,
para que el equilibrio de una absurda balanza
me haga sentir un poco mejor.
Y ahora que lo sabes, mi vida
tengo que confesarte que lo que más odio
es no tener ni puta idea                                                              
de cómo agradecerte todo esto.

jueves, 14 de marzo de 2013

Estamos hasta el cuello, amor.


Y si te dijera que la noche no es oscura
que puedo ver con nitidez el borde del precipicio
del que por fin voy a saltar.
Que si tanto te entristece que este ciega
es porque te gustaría verme como yo.
Desnuda.
Que es verdad que he cambiado,
Y si ya no soy la misma
es porque sueño un poco más alto
y cuando caigo me empapo de tristeza
hasta correrme con cada letra
que me haga recordar que estoy
maravillosamente jodida.
Que es verdad lo que me dices
De que mis ojos no tienen la misma luz,
Me di cuenta cuando dejaste de verla
Porque empezó a cegarte.
Y si hay algo que te jode de esta historia
Es que las cicatrices no me quedan nada mal.
Que ardo como quien lo ha perdido todo.
Y no dejo de brillar.

martes, 5 de marzo de 2013

Se llama miedo y lo tienes justo en frente.


Tenemos tanto miedo de sentir que nos reímos de aquellos que admiten que lo hacen. Que empapan en saliva el interior del mecanismo de una pistola y solos mueren con el sonido ahogado de sus disparos. Que afinan su mirada hacia un medio mucho más cambiante e inestable que el sitio en el que vivimos y el vapor ardiente de los impulsos dificulta su visión más que la niebla o el humo de los coches. Tenemos tanto miedo de existir que nos escondemos entre la multitud disfrazados de monotonía y de rutina. Siendo reflejo. Reflejando. Fingiendo buscar ese brillo en los ojos de algún clon que nos asegure que somos nosotros cuando lo único que ansiamos encontrar es un agujero por el que poder caer sin ser vistos. Yo ni siquiera me busco, por miedo a encontrarme en una de vuestras estúpidas etiquetas. Por miedo a sentirme cómoda delante de un espejo. Miedo a no querer volar, a estar conforme con mi pequeña parcela de cielo financiada a treinta años. Miedo a no mirar siquiera para arriba. A que me pesen las alas por no tener cojones suficientes para arrancármelas aun sabiendo que nunca tendré el valor de usarlas y llamar Dios a cada puto salto que de.