lunes, 18 de noviembre de 2013

Júralo.

Somos las hojas en blanco de un libro que nunca llegará a escribirse pero que encierra más historias que tu lengua y que mis lágrimas. Juntas.
Somos los sonidos que no salen de la boca cuando estamos a punto de acertar en algo y tenemos tanto miedo de perderlo/perdernos que preferimos dejarlo volar. O cagarla, que viene a ser lo mismo.
Somos los errores matemáticamente calculados y estratégicamente colocados en palabras que convencen a todos menos a nosotros mismos.
Somos las mariposas en el estómago de un borracho que vomita en la puerta de algún bar, los sueños que no se recuerdan a la mañana siguiente pero te hacen despertar con una sonrisa, los versos perfectos que se escapan de la mente para que nadie diga que puede entenderlos.
Vamos a tirarnos piedras hasta no sentir la culpa. Que el auto-castigo no es la solución pero las letras me dejan columpiarme en ellas y volver a ser la niña que se muere de sueño pero no quiere dejar de jugar, aunque se quede dormida en su escondite y amanezca con los labios cortados del frío, la cara mojada y diez años más.
Os juro que nunca quise hacer trampa es sólo que no entendía las reglas del juego.
¿Por qué no bailamos bajo la lluvia hasta que el sol nos queme y nos vuelva a recordar que el amor es un concepto que hay que entender para acabar de estar perdido y completamente sólo?
No lo hagas. No me hagas mucho caso. Hoy mi yo me abrazaría y me diría que el otoño son los ojos de cualquiera que nos mire desde fuera del cristal y nos entienda.
Calarte o que te calen, ¿Qué más da? Si podemos vivir el uno sin el otro habiendo colisionado de frente y con ganas. Es posible que no se huelan de que va todo esto pero tampoco nos vamos a poner a explicárselo porque, tal vez, no lo sepamos nunca.
Y no es que nos guste vivir entre tinieblas, interpretando personajes que se parecen más a nosotros de lo que queremos imaginar, es más bien un miedo racional a la luz, a la certeza y a todo aquello que pueda hacernos ver las cosas tan claras, que no sintamos la necesidad de tocar (nos) para saber donde estamos.
Y no te voy a negar que me entusiasma pensarlo, que el dolor bien hecho es sólo un orgasmo en negativo. Por eso me fascina el hecho que no vayamos a ser con tal intensidad, que sé con seguridad que hasta los finales pactarían entre ellos una derrota a nuestro favor, sólo para comprobar a qué sabe lo eterno. O si les sabe tan a olvido como tú a mi.

viernes, 8 de noviembre de 2013

El optimismo de los cobardes.

No me dices nada si te entiendo y me dejas explicarme y lo consigo. La calle está tan llena de gente que no hace magia al hablar de cosas cotidianas que parece que la vida es una línea recta bien asfaltada donde los niños no juegan a la rayuela por miedo a no acabar nunca de crecer. Y no es así.
Brindo por todo el que se está riendo cuando no llora por eso mismo, por no llorar.
Que aquí estamos unos pocos bailando en el mismo fango pero nos curamos las heridas que también nos abrimos y podemos mirarnos a los ojos sin necesidad de subir escalones ni empujar a nadie abajo.
Y, ¿qué quieres que te diga? Estás jodido si no te has repartido tanto entre tantos que no sientes que te falta algo en todo momento, que te faltas aunque sea un poquito y aunque nunca (me) lo vayas a reconocer en voz alta. Que aquí el que más da también es el que más gana, aunque les joda admitirlo a los que nunca consiguieron perder contra ti.
Perder. Perder. Perder.
Perder es sólo haberte regalado tan bien a alguien que nadie podrá nunca superarte en eso y a mi me parece un tipo de victoria admirable.