jueves, 27 de noviembre de 2014

Inesperado, para mi, también.

Veo la vida y no me creo nada, lo que te cuentan y lo que se callan por mucho que preguntes como qué día es hoy o si sigue con esa chica. Y a decir verdad tampoco es que me importe mucho. Hoy por lo menos, he hablado con Marina casi media hora y mañana será el día después del día que hable con Marina casi media hora. El tiempo aquí pasa tan deprisa que tengo miedo de hacerme mayor demasiado rápido.
Estoy escuchando tantos idiomas a la vez que no estoy segura si llegue donde esperaban,
por suerte, todavía me quedan amigos, pocos, que me de vez en cuando me dicen quien soy y de donde vengo (que es lo importante para poder volver), una habitación preciosa (10m2) que me protege de las estrellas que quieran mirarme (las que tu miraras con ella, seguramente), polvos fáciles que rechazar y muchos posits en la pared que me recuerdan que sigo siendo un desastre y que, a pesar de eso, no me he perdido del todo. Lucia siempre me ayuda a buscar las llaves y el móvil, mamá, sabe que no lo hago a posta. Todas las noches me recuerda que tal día y tal día de la semana tenemos fútbol, pagar recibos, fiesta en casa de, o vete tu a saber que cosa. Cuando salimos me vende tan bien que mis idas de olla parecen una virtud, una particularidad de antiheroe que reniega de cualquier tipo de super poder, y entonces no reímos del día que buscaba las llaves y las llevaba en la mano o del rollo de las gafas perdidas en el hotel de Valencia. A saber que cosas han visto en esa habitación.
Y que puta envidia ¿No?
Y es que eso de ir dejando trocitos de mi por todas partes no es estrictamente material, me he dejado cosas también dentro de personas y de momentos. Y sé que no son pérdidas, lo sé, porque no dejan de pesarme aunque pase el tiempo. Lo sé porque ese tipo de despistes, intencionados o no, me han hecho reír más de una vez, y no sé quién ni a las cuántas cervezas me dijo eso de "sólo lo que hace reír merece la pena" (o al revés), y pensé mucho en esa frase a la mañana siguiente y al tiempo seguía pensando.
Así que, de vez en cuando, me veo a mi misma repasando cicatrices y abriendo algunas heridas que no he querido cerrar del todo y me acuerdo de todas las risas que me fui dejando en algunos bares, algunos vasos y algunas bocas. Hay incluso fotos a traición que han querido declararme la guerra, pero también las miro, no sin cierta tristeza, (para saber de que pie cojea el adversario, estudiar al enemigo y todo eso que aprendes a hacer a base de caerte mucho) y me veo a mi misma no muy favorecida y con esa cara de completa idiota.
Y cada vez tengo más claro
que merece la pena,
joder si la merece,
luchar
por tanta risa.